miércoles, 28 de julio de 2010

Bendicion Patriarcal de Spencer W. Kimball

Fuente: manual de Instituto " Presidentes de la Iglesia " pag 212-213


El élder Spencer W. Kimball explicó:“No sé cuándo comencé a amar a los hijos de Lehi.Puede haber sido cuando nací, porque antes y después de que naciera, mi padre cumplió varias misiones entre ellos en territorio indio. Él era el presidente de la misión.

Ese amor pudo haber nacido en aquellos primeros años de mi niñez, cuando mi padre solía cantarnos los cantos de los indios y mostrarnos recuerdos y fotografías de sus amigos indios. Puede que haya sido cuando recibí mi bendición patriarcal, de manos del patriarca Samuel Claridge, cuando tenía nueve años de edad. En una parte de la bendición dice:

“ Predicarás el Evangelio a mucha gente, pero muy especialmente a los lamanitas, porque el Señor te bendecirá con el don de lenguas y con poder para enseñar el Evangelio a ese pueblo con gran sencillez. Los verás organizados y estarás preparado para ser un baluarte “entre este pueblo” ’…


“…Tenemos como medio millón de hijos de Lehi en las islas del mar, y como sesenta millones en Norte y Sudamérica, siendo quizás la tercera parte de ellos de sangre pura, y las otras dos terceras partes son mezclas, pero tienen la sangre de Jacob en sus venas. “Alguien ha dicho:
“ ‘Si mi pluma tuviera el don del llanto, escribiría un libro y lo llamaría “El indio”, y haría que todo el mundo llorara’.

Los hijos de Lehi. ¿Puede alguien contener las lágrimas al contemplar la caída de este pueblo que ha sido rebajado desde su nivel de cultura y logros hasta el analfabetismo y la degradación; de reyes y emperadores, a la esclavitud; de poseedores de las tierras de grandes continentes a ser aprendices indigentes de los gobiernos y peones; de hijos de Dios con un conocimiento divino, a salvajes, víctimas de la superstición, y de constructores de templos a moradores de casas de lodo…?
“Cómo desearía que pudieran acompañarme por las reservaciones amerindias y especialmente a la tierra de la tribu Navajo y ver la pobreza, la necesidad y las condiciones míseras que padecen, y comprender de nuevo que esas gentes son hijos e hijas de Dios; que su condición mísera es el resultado, no sólo de siglos de guerras, y de pecados y separación de Dios, sino que también es atribuible a nosotros, sus conquistadores, quienes los pusimos en reservaciones con recursos y medios limitados, para morir de inanición y malnutrición o por condiciones insalubres, mientras que nosotros prosperamos con los bienes que les arrebatamos.

Piensa en estas cosas, pueblo mío, y después llora por el indio, y junto con tu llanto, ora y después trabaja por él.

Solamente por medio de nosotros, sus ‘ayos y nodrizas’, podrán con el tiempo disfrutar del cumplimiento de las muchas promesas que se les han hecho. Suponiendo que cumplamos con el deber que tenemos para con ellos, los indios y otros hijos de Lehi aún se levantarán con poder y fuerza. El Señor recordará el convenio que hizo con ellos; Su Iglesia será establecida entre ellos; la Biblia y otras Escrituras estarán disponibles para ellos; entrarán en los santos templos para recibir sus investiduras y hacer la obra vicaria; llegarán al conocimiento de sus padres y obtendrán un entendimiento perfecto de su Redentor Jesucristo; prosperarán en la tierra y, con nuestra ayuda, edificarán una ciudad santa, aun una Nueva Jerusalén, para su Dios” (en Conference Report, abril de 1947, págs. 144–145, 151–152).

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