Thomas S. Monson
“A los ocho años, cuando fui bautizado y recibí el Espíritu Santo, me impresionó mucho el hecho de que debía ser bueno y digno de tenerlo conmigo para ayudarme a lo largo de mi vida. Se me dijo que el Espíritu Santo sólo permanece en buena compañía y que cuando la maldad entra a nuestra vida, él se aleja. Sin saber cuándo necesitaría Sus impresiones y guía, traté de vivir de tal manera de no perder ese don. En una ocasión, me salvó la vida.
“Durante la Segunda Guerra Mundial, yo era artillero en un bombardero B-24, en el sur del Pacífico… Un día se anunció que se iba a intentar el vuelo de bombardeo más largo que se había hecho hasta entonces para destruir una refinería de petróleo. Las impresiones del Espíritu me dijeron que se me asignaría ir en ese vuelo pero que no perdería la vida. En ese entonces era el presidente del grupo ( lider de grupo en las fuerzas armadas ) de Santos de los Últimos Días.
“El combate fue encarnizado mientras volamos sobre Borneo. Nuestro avión fue alcanzado por los aviones atacantes y en seguida estalló en llamas; el piloto nos dijo que nos preparáramos para saltar; yo fui el último. Mientras descendíamos, los pilotos enemigos nos disparaban. Tuve problemas para inflar mi balsa salvavidas, hundiéndome y saliendo a flote varias veces, empecé a ahogarme y me desmayé. Recobré el conocimiento por un momento y grité: ‘¡Dios, sálvame!’… Otra vez traté de inflar la balsa y esa vez lo logré. Con apenas suficiente aire para mantenerme a flote, trepé a ella demasiado exhausto para moverme.
“Por tres días flotamos en aguas enemigas, rodeados de barcos y con aviones que volaban sobre nosotros. Cómo no vieron un grupo de balsas amarillas flotando en aguas azules, es un misterio” él escribió. “Sobrevino una tormenta y las olas de nueve metros de altura estuvieron a punto de destrozar las balsas. Pasaron tres días sin alimento ni agua. Los demás me preguntaban si yo oraba y les dije que sí y que por seguro nos rescatarían. Esa noche vimos nuestro submarino que venía a rescatarnos, pero pasó de largo. A la mañana siguiente, sucedió lo mismo; sabíamos que ése era el último día que iba a estar en la zona. Entonces recibí las impresiones del Espíritu Santo:
‘Tú tienes el sacerdocio. Manda al submarino que los recoja’. En silencio oré: ‘En el nombre de Jesucristo y por el poder del sacerdocio, den la vuelta y rescátennos’. A los pocos minutos, estaban a nuestro lado. Cuando llegamos a cubierta, el capitán me dijo: ‘No sé cómo los encontramos; nosotros no estábamos buscándolos’; pero yo sí sabía”1
Les dejo mi testimonio de que esta obra en la que estamos embarcados es verdadera. El Señor está al timón. Mi sincera oración es que podamos seguirlo siempre a Él. En el nombre de Jesucristo. Amén.
1. Correspondencia personal en posesión del presidente Thomas S. Monson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario